Que las nubes cambien de forma constantemente no es algo nuevo para nadie. Todos los días las vemos transformarse y desvanecerse en cuestión de segundos en cualquier parte del mundo.
Pero las nubes de Venus son especiales. Si la Tierra se caracteriza por el azul de sus inmensos océanos, y Marte por el rojo de su omnipresente suelo rocoso, Venus es un misterio envuelto en un velo de nubes.
Toda la atmósfera venusiana está cubierta por nubes de ácido sulfúrico, por lo que la superficie del planeta sólo se conoce a duras penas gracias a las misiones enviadas con sondas especiales capaces de espiar tras el manto que mantiene oculto a nuestro planeta vecino.
En el polor sur de Venus existe un gran vórtice de nubes cuya forma cambia al menos una vez al día (nos referimos al día terrestre, no al día venusiano, que equivale a 243 días terrestres). A veces adquiere la forma de una “S” gigante, o del número “8”.
Estas nubes giran concentradamente alrededor del polo, y desde el espacio pueden verse como si se tratase de enormes huracanes o tormentas, sólo que en Venus no puede hablarse de tormentas, porque no se registra lluvia ni electricidad en la atmósfera.
El vórtice del polo sur, que abarca unos 2.000 kilómetros, describía en principio un óvalo, pero nuevas imágenes en infrarrojo obtenidas por la misión Venus Express (de la Agencia Espacial Europea) revelaron más detalles del fenómeno, demostrando que la estructura interna del vórtice cambia de forma en al menos 24 horas.
Se especula que en el polo norte de Venus puede darse un fenómenos similar, sin embargo por el momento es imposible saberlo. Este nuevo hallazgo replantea los conocimientos hasta ahora establecidos sobre la atmósfera venusiana, obligando a replantear los modelos de la circulación de nubes en Venus que tenían los astrofísicos.
Fuente: LIVESCIENCE
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