El 28 de enero se cumplieron 22 años desde la gran tragedia del Challenger, segundo transbordador de la NASA en entrar en servicio. Su décimo vuelo fue fatídico, donde sus siete tripulantes perdieron la vida 73 segundos después del despegue.
El motivo del accidente: unas simples juntas que debían proporcionar estanqueidad de los cohetes aceleradores. Provocó una fuga de gas que perforó el depósito principal, que terminó envuelto en llamas. El Challenger se desintegró al estar expuesto a un vuelo supersónico incontrolado. Años después, hace precisamente cinco años y un día (semana histórica fatídica para la NASA), otro transbordador, el Columbia, se destruyó durante la reentrada a la atmósfera terrestre.
El problema fue un impacto de un pedazo de aislante del tanque externo del combustible, que ocasionó, unos 80 segundos después del despegue, daños en el ala izquierda del transbordador. Se desestimó el alcance del daño, pero la verdad es que se desprendieron losetas de protección térmica, por lo que el transbordador no pudo aguantar la reentrada en la atmósfera. Las imágenes de la desintegración del transbordador sobre los Estados Unidos dio la vuelta al mundo.
Volviendo al Challenger, en aquel accidente falleció Christa Mc Auliffe, primera miembro del programa profesores en el espacio. El problema fue una mala gestión técnica, una mala gestión en la ingenieria. Tras el accidente del Challenger no se realizó ningún vuelo espacial de un transbordador hasta dos años después, y, en 1992, se construyó el Endeavour como sustituo del malogrado Challenger.
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