6 mar 2010

Carl Linneo | El Tamiz

Tras hablar largo y tendido sobre Júpiter y electricidad en las últimas semanas, volvemos a zambullirnos hoy en Hablando de…, la serie “histórica” de El Tamiz, en la que hablamos de asuntos diversos de manera aparentemente aleatoria, enlazando cada artículo con el siguiente y tratando de poner de manifiesto cómo absolutamente todo está relacionado de una manera u otra.

En las últimas entradas de la serie hemos hablado acerca del los nanotubos de carbono, una de cuyas posibles aplicaciones más prometedoras es como estructura de un futuro ascensor espacial, propuesto por primera vez por Konstantin Tsiolkovsky, partidario (como casi todos sus contemporáneos) de la eugenesia, promovida por Sir Francis Galton tras ser inspirado por el debate Huxley-Wilberforce sobre la evolución, en el que participó el “bulldog de Darwin”, Thomas Henry Huxley, que utilizó para defender las ideas de su amigo un cráneo de Homo neanderthalensis, nombre científico según el sistema creado por Carl Linneo. Pero hablando de Linneo…

Al igual que Linneo es famoso por crear básicamente la nomenclatura binomial que utilizamos –modificada, eso sí– hoy en día, es decir, por los nombres que damos a las distintas especies, su propio nombre es interesante por el cambio que se produjo una generación atrás en su familia. En la Suecia de la época se utilizaban casi exclusivamente los patronímicos. Así, el nombre de pila del bisabuelo de Linneo era Bengt, con lo que su abuelo se llamaba Ingemar Bengtsson; el padre de Linneo, Nils Ingemarsson. Y el hijo de Nils debería haberse llamado, por el mismo sistema, Carl Nilsson, pero Nils había cambiado ya las cosas en su familia por entonces. Pero, como tantas otras veces, tengo que pedirte un poquito de paciencia para empezar por el principio.

¿Quieres saber cómo Linneo consiguió la clasificación de especies más extensa de la época? ¿Cómo su “obra magna” acabó en el Index Librorum Prohibitorum de la Iglesia? ¿Qué tiene que ver con nuestra escala de temperatura? ¿Cuál era su mayor virtud, a la que sacó muy buen provecho? Pues ya sabes, sigue leyendo.

Carl Linneo
Carolus Linnaeus (1707-1778). Imagen de dominio público.

La granja de la familia de Linneo tenía, como muchas otras, un vårdträd (árbol guardián), es decir, un árbol en el que se creía que moraba un espíritu (o más de uno) que protegía la propiedad y a sus habitantes. Se trataba siempre de un árbol viejo y de gran tamaño, que era tratado con gran respeto e incluso veneración. Imagino que en época de Linneo la cuestión era más de tradición que otra cosa, pero la verdad es que no lo sé; el caso es que el vårdträd seguía siendo de importancia para la familia. En el caso de la de Linneo, el árbol era un tilo de hoja pequeña, y en su honor las tierras se llamaban Linnagård, o Granja del tilo.

De modo que cuando el joven Nils ingresó en la Universidad de Lund, no inscribió su nombre como Nils Ingemarsson, sino como Nils Linnaeus, algo así como “Nils de Linnagård” pero en una forma latinizada. Y así fue como se llamó oficialmente a partir de entonces, y como se llamaba cuando nació su hijo, Carl. De ahí que lo conozcamos como Carl Linnaeus (o en su forma castellanizada de Linneo), en vez de Carl Nilsson. ¡Los tilos tienen la culpa! Carl también latinizó su propio nombre de pila al ingresar en la escuela, y su nombre “oficial” fue, hasta que entró en la nobleza, como veremos luego, Carolus Linnaeus.

Lugar de nacimiento de Linneo en Rashult
Lugar de nacimiento de Carl Linneo, en Råshult (Lars Aronsson/Licencia CC Sharealike 1.0).

Linneo nació en 1707 en una granja en Råshult, en el condado de Kronoberg, y fue a la escuela en la capital del condado, Växjö. Como sucedía tan a menudo por aquellos tiempos, el camino del joven Carl estaba ya decidido por su familia: como su padre, se convertiría en sacerdote. Con ese propósito, el chiquillo aprendió latín a la vez que sueco, y los estudios en el colegio iban encaminados a llevarlo al sacerdocio. Sin embargo, algo se interpuso en los planes que sus mayores habían preparado para su vida: Nils era un gran aficionado a la botánica, y contagió de su entusiasmo a su jovencísimo hijo, que con cinco años ya cuidaba de su propio jardín. En el colegio, Carl no demostraba demasiado interés por los asuntos eclesiásticos, pero sí por la biología en general y la botánica en particular. Como consecuencia, por una parte los resultados académicos no eran demasiado buenos, y por otra el futuro de Carl dentro de la Iglesia no parecía ser brillante, más que nada por falta de interés.

El profesor de ciencias de Carl, un tal doctor Rothman, sugirió a su padre que olvidase los planes iniciales y permitiera al muchacho estudiar lo que realmente le gustaba, y Nils aceptó: en 1727 Carl se inscribió en la Universidad de Lund, la misma en la que había estudiado su padre, para aprender Medicina e Historia Natural. Igual que antes el joven Linneo había sido bastante mediocre en los estudios, ahora despuntaba como un genio… porque ahora se dedicaba a lo que realmente lo fascinaba, claro, en vez de estudiar por obligación..

Sin embargo, Carl sólo permaneció un año en Lund. A instancias, una vez más, del doctor Rothman –que veía un enorme potencial en el muchacho y parece haberse convertido en su mentor, el primero de muchos–, Linneo se mudó hasta Uppsala, para estudiar en su Universidad, bastante más grande e importante que la de Lund (si eres tamicero añejo ya conoces la Universidad de uppsala pues apareció cuando hablamos de Svante Arrhenius). Allí podría optar a unos estudios más avanzados y un futuro profesional más prometedor.

Sin embargo, en Uppsala Linneo padeció graves dificultades económicas: aunque su familia era terrateniente, no eran ricos ni podían mantener a Linneo en la ciudad, y el joven Carl se vio en apuros al tener que buscar cobijo y comida en la –comparativamente– enorme Uppsala. No tenía ni para zapatos, y se vio obligado en varias ocasiones a recoger los que otros tiraban, arreglarlos y así poder cubrir sus pies, a tal punto llegó su situación. Sin embargo, al igual que en su niñez había aparecido un mentor que había cambiado su futuro –su profesor de ciencias, el doctor Rothman–, en Uppsala sucedería algo parecido. Un científico de prestigio y catedrático de la Universidad de Uppsala se fijó en el joven Linneo y vio su potencial, otorgándole techo y sustento mientras Carl estudiaba.

Ese científico era el polifacético Olof Celsius: filólogo, sacerdote y botánico, un personaje muy interesante y talentoso, que ingresaría unos años más tarde en la Real Academia Sueca de las Ciencias. El nombre seguro que te suena, porque Olof era el tío de Anders Celsius, del que recibe el nombre la escala termométrica que utilizan la mayor parte de los países hoy en día. ¡Pero en eso también tiene que ver Linneo! Ah, paciencia…

El caso es que, bajo el ala de Olof Celsius, Linneo floreció en la Universidad de Uppsala, y empezó a demostrar no sólo su inteligencia, sino también su capacidad de organización y sistematización por la que lo conocemos hoy. Aunque también estudió medicina, su trabajo más brillante siguió siendo el de su amor de niño, la botánica. El catedrático de botánica, Olof Rudbeck el Joven, le proporcionó un puesto de profesor en la Universidad en 1730, con tan sólo 23 años, y durante su estancia en Uppsala Linneo publicó varias obras de botánica muy relevantes sobre la flora sueca en general y, en especial, de la Laponia sueca, a la que viajó para identificar especies desconocidas por la comunidad científica. Lo que no hizo en los siete años que permaneció en Uppsala, por razones que desconozco, fue obtener título alguno, a pesar de incluso impartir clases.

Linneo, Lapón
Carl Linneo vestido de lapón (imagen de dominio público).

Tampoco sé por qué, tras esos años en Uppsala, decidió abandonar incluso la propia Suecia y viajar hasta los Países Bajos, aunque sospecho que fue por conocer a algunas de las máximas autoridades europeas en botánica y ampliar sus horizontes, ya que luego continuaría viajando y entrevistándose con científicos reputados. Linneo ya era bastante conocido en Europa: tanto es así que, tras llegar a la Universidad de Harderwijk, obtuvo su título de Medicina en tan sólo seis días. Permaneció allí un año, durante el cual publicó una obra que cambiaría no sólo la botánica, sino también la zoología y nuestra manera de clasificar en ciencia en general: su Systema Naturae (El sistema de la Naturaleza), o si quieres el título completo, a la usanza de aquellos tiempos, Systema naturae per regna tria naturae, secundum classes, ordines, genera, species, cum characteribus, differentiis, synonymis, locis (El sistema de la Naturaleza a través de los tres reinos naturales de acuerdo con clases, órdenes, géneros y especies, con caracteres, diferencias, sinónimos, lugares).

Systema Naturae de Linneo
Portada del Systema Naturae en una edición de 1760 (imagen de dominio público).

El Systema Naturae, que luego se convertiría en un verdadero monstruo de clasificación, constaba únicamente de once páginas en esta primera edición publicada durante la estancia de Linneo en los Países Bajos. En muchos aspectos tenía poco que ver con aquello en lo que se transformaría con el tiempo –y menos aún con lo que constituye la taxonomía moderna–, pero estableció una serie de cosas que tal vez ahora te parezcan de andar por casa, pero que entonces ni mucho menos lo eran. Aunque ahora se hayan expandido, fue Linneo quien dividió la Naturaleza en tres Reinos (Animal, Vegetal y Mineral), y realizó la clasificación en forma de “árbol” de distintas especies animales y vegetales según sus similitudes, de lo general a lo específico, intentando seguir siempre criterios de similitud y ordenación lógicos… que le traerían algunos problemas, como veremos luego.

Pero, como digo, en muchas cosas el Systema Naturae evolucionaría mucho a lo largo de su existencia y posteriores ediciones; esa primera versión, por ejemplo, clasificaba a las ballenas como peces, y la nomenclatura binomial aún no había hecho su aparición. De hecho, por aquel entonces había otros sistemas de clasificación que probablemente hubieran podido servir como el suyo, y tal vez no conoceríamos entonces hoy el nombre de Linneo con la familiaridad que lo conocemos… pero Linneo, además de su inteligencia y pragmatismo, tenía otras cualidades; la más importante de todas, en mi humilde opinión, el don de gentes.

Tras su breve pero fructífera estancia en los Países Bajos, Linneo viajó a la Universidad de Oxford, donde conoció a otros científicos y estableció relaciones que durarían décadas, para después volver de nuevo a Holanda. Allí siguió expandiendo su círculo de amistades, entre ellas las de banqueros y personas influyentes, mientras revisaba y aumentaba su Systema Naturae y otras obras de estilo similar. Como ves, Linneo, aparte de un científico de primera, era un “relaciones públicas” excelente, además de una figura que inspiraba a los más jóvenes. Es ahí –en la faceta social– donde daba mil vueltas a sus contemporáneos, y una razón fundamental del éxito último de su obra.

Tras volver a Suecia en 1738, Linneo permaneció unos años en Estocolmo. Allí contrajo matrimonio con Sara Elisabeth Morea y trabajó como profesor y médico, especializado en el tratamiento de una terrible enfermedad, la sífilis. Sin embargo, pronto volvió a su verdadero hogar: Uppsala. Allí estableció firmemente su sistema de clasificación binomial, primero para las plantas y luego para los animales, y se rodeó de un grupo nutrido y apasionado de alumnos que lo ayudarían a recoger muestras de distintas especies tanto por toda Suecia como por otras partes del mundo. Los contactos –suecos e internacionales– fueron una de las claves en el éxito de Linneo, sobre todo según fueron pasando los años. Su clasificación no sólo era lógica y elegante, sino que con el tiempo se convirtió en una obra de enorme magnitud, con más especies clasificadas que ninguna otra de la época, y con mucha diferencia.

Tan sólo tres años tras su vuelta a Suecia, Linneo ya era catedrático de botánica en Uppsala y uno de los miembros fundadores de la Real Academia Sueca de las Ciencias. El jardín botánico de Uppsala era una maravilla no sólo por su riqueza en especies, sino por la clasificación linneana que se mostraba en él, y la reputación de Linneo no paraba de crecer en toda Europa a la par que su Systema Naturae, edición tras edición, seguía creciendo en tamaño e influencia.

Termómetro de Linneo

Es por esta época que sucede algo que no creo que reciba la atención que merece, eclipsado por los logros taxonómicos de Linneo. Como recordarás, nuestro personaje había sido protegido de Olof Celsius, y el sobrino de Olof, Anders Celsius, trabajaba también en Uppsala. El Celsius “joven” tenía, como imaginarás por su nombre, un gran interés por la temperatura y su medición… y eso era algo que tenía en común con el pragmático Carl Linneo. Durante la estancia de Linneo en Amsterdam, había trabajado para un banquero neerlandés llamado George Clifford, que tenía un famoso jardín muy nutrido; al trabajar en el jardín de Clifford, Linneo había determinado los rangos adecuados de temperatura para distintas plantas, y comprendido la importancia de medir la temperatura con precisión en los jardines botánicos.

De modo que, en la vuelta a casa, Linneo puso gran interés en disponer de termómetros precisos de mercurio en su jardín botánico de Uppsala. Para ello tomó de Anders Celsius la idea de una escala más racional que la Fahrenheit: una escala centígrada, en la que hubiese cien grados entre los puntos de congelación y ebullición del agua. Sin embargo, aunque puede que esto no lo sepas, la escala original de Celsius tenía los cero grados en la ebullición del agua, y los cien grados en la congelación. Linneo invirtió estos valores, de modo que la escala fuera ascendente: cero grados para la congelación del agua y cien para su ebullición, siempre a presión atmosférica, claro.

Desde luego, a Linneo el concepto abstracto de temperatura le tenía bastante sin cuidado, pero la escala de Celsius modificada tenía para él una gran ventaja: los cero grados, es decir, la congelación del agua, marcan un punto muy importante para muchas especies de plantas que no pueden sobrevivir por debajo de esa temperatura. Al disponer de termómetros así calibrados y marcados, las temperaturas negativas saltaban claramente a la vista –y podían así ser evitadas o prevenidas si era posible–. De modo que, aunque de rebote, la escala que aún usamos hoy sería bastante diferente sin que Linneo hubiese intervenido en ella. El taller de la Real Academia Sueca de las Ciencias construyó bastantes termómetros para Linneo, de acuerdo con sus especificaciones a lo largo del tiempo; a la derecha puedes ver uno de ellos de la década de los 70.

Pero el interés del buen Carl seguía muy centrado en las plantas y su clasificación, aunque con el tiempo ésta se extendiese a otros reinos. La décima edición del Systema Naturae, de 1758, es ya muy diferente de la inicial, y el fruto no de un Linneo joven, sino experimentado y con conexiones por todas partes. Es para entonces una obra de varios volúmenes y miles de páginas, y en ella aparece por fin la nomenclatura binomial, en la que una especie viene clasificada por un género (por ejemplo, Homo) y una especie dentro de ese género (por ejemplo, sapiens). Ya no habría vuelta atrás, y la fama de Linneo sería mundial.

Como digo, Carolus era un individuo organizado e inteligente y, sin duda alguna, su inteligencia social era especialmente aguda. Lo que no era, también sin la menor duda, era modesto. No sé cuál sería su opinión de sí mismo antes de hacerse famoso, pero tras su auge mundial se consideraba a sí mismo alguien realmente especial. Para que te hagas una idea, una expresión que gustaba mucho de repetir era: “Deus creavit, Linnaeus disposui”, es decir, “Dios creó, Linneo dispuso”. Ahí queda eso.

Jardín botánico de Uppsala
Jardín botánico de Uppsala, diseñado por Hårleman y Linneo.

Su cuartel general siguió siendo Uppsala; el jardín botánico fue rediseñado por el arquitecto Carl Hårleman junto con el propio Linneo, y allí siguió trabajando año tras año en convertir el jardín botánico en una verdadera maravilla, y su despacho estaba en él, rodeado de las plantas que había ido consiguiendo a través de sus contactos, pero también animales exóticos como mapaches y monos. Además, siguió viajando para conseguir especímenes interesantes y clasificar él mismo nuevas especies, y relatando luego sus peripecias con un lenguaje expresivo y sugerente que cautivó a sus contemporáneos.

En 1761, tras entrar en la nobleza austríaca, Linneo cambió su nombre y se convirtió en Carolus von Linné, como se lo sigue conociendo a veces (también firmaba a veces simplemente como Linné, que es lo que aparece en el retrato del principio), lo cual no hizo sino aumentar su círculo de influencia, que ya era enorme. Una vez más, simplemente para que te hagas una idea, una de las personas que amablemente le enviaba semillas de especies interesantes no era otra que Catalina la Grande, Emperatriz y Autócrata de todas las Rusias. La más influyente nobleza europea tenía correspondencia con él, y tenía la protección de la realeza sueca, por supuesto.

Esto puede haber sido afortunado para él, porque aunque parezca mentira por todo lo que vengo diciendo, no a todo el mundo le agradaba Linneo, y algunos no lo podían soportar. La razón es similar a las que hicieron a muchos luchar con uñas y dientes contra las ideas de Darwin, como relatamos al hablar del debate entre Huxley y Wilberforce y el miedo que había en el siglo XIX a mezclar las ideas sobre hombres y animales. Desde luego, Linneo es muy anterior a cualquier teoría evolutiva, y su clasificación no responde aún a parentescos genéticos ni nada parecido, pero Linneo era, ante todo, un pragmático, y no le gustaba el desorden ni clasificaciones artificiales por el hecho de hacer del ser humano algo radicalmente diferente de otros animales.

En su clasificación había un orden, Anthropomorpha, dentro del cual estaban los animales antropomorfos, es decir, con forma parecida a la del hombre… incluyendo al ser humano. Sí, lees bien –y espero que comprendas la gravedad del hecho, visto desde cien años antes del debate Huxley-Wilberforce–: Linneo no clasificó al ser humano de manera aislada del resto de animales, sino que utilizó para clasificarlo los mismos criterios que había seguido para todo el resto de criaturas. Y, francamente, siendo objetivos y mirando a un hombre y algún simio, ¿no los colocarías cerca en una clasificación? Pues Linneo también lo hizo, con dos narices.

Anthropomorpha
Fragmento del Regnum Animale en el que aparece el hombre entre otros antropomorfos. Puedes ver la imagen completa aquí.

Dentro de los Anthropomorpha existían tres géneros, Bradypus, Simia y Homo. Los primeros eran perezosos, los segundos eran simios y nosotros estábamos dentro de los terceros. Pero Linneo, objetivo, ordenado y práctico como era, tras escuchar los relatos acerca de los chimpancés africanos, los introdujo con nosotros dentro del género Homo, como Homo troglodytes. Te puedes imaginar la reacción de algunos sectores de la sociedad europea (los mismos sectores que luego se lanzarían al cuello de Darwin).

El Arzobispo de Uppsala acusó a Linneo de impío, y en Roma su clasificación tampoco hizo la menor gracia; su Systema Naturae fue incluido en el Index Librorum Prohibitorum en 1758. Afortunadamente para Linneo, su puesto en la Universidad, su prestigio y sus contactos en las altas esferas eran tan sólidos que no tuvo problemas por la enemistad de ciertos sectores de la Iglesia, que incluían al Papa, por supuesto. Porque claro, Linneo no era un tipo tímido y apocado que fuera a rectificar en cuanto empezase a recibir críticas, ¡ni mucho menos! A Linneo no le tocaba las narices nadie. Aparte de sorprenderse por la controversia generada, ya que su clasificación pretendía ser simplemente una herramienta práctica sin pretensiones filosóficas, tampoco comprendía como alguien en su sano juicio podía mirar a un mono y un hombre y ponerlos en lugares completamente aislados en cualquier clasificación. En sus propias palabras (¡recuerda al leerla, para comprender lo tremendo de decir eso entonces, que estamos a mediados del siglo XVIII, mucho antes de Darwin!):

Me da igual qué nombre usemos. Pero espero de ti [la carta está dirigida a Johann Georg Gmelin, un naturalista alemán] y del resto del mundo una diferencia genérica entre el hombre y el simio que se deduzca de los principios de la Historia Natural. No conozco absolutamente ninguna. ¡Si alguien me diera simplemente una!

En resumen, que Linneo, por afable que fuese y por mucho don de gentes del que hiciese gala, también tenía sus arrestos y no se dejaba amedrentar fácilmente. Estaba convencido de que su clasificación seguía principios generales lógicos y bien sólidos, y la defendió sin el menor rubor. No sólo eso, sino que además ganó donde importaba: aunque su libro fuera prohibido por la Iglesia Católica, la comunidad científica seguiría la clasificación linneana, con los hombres entre los Anthropomorpha primero y, tras los cambios que iba sufriendo la clasificación, entre los Primates… clasificados como un animal más. Ah, si Darwin levantara la cabeza… sólo que Darwin aún no había nacido, claro.

Carolus Linnaeus murió en su verdadero hogar, Uppsala, en 1778, y fue enterrado –en cierto sentido, irónicamente– en la catedral de Uppsala con todos los honores. Aunque muchas cosas hayan cambiado, aún seguimos señalando las especies vegetales clasificadas por él añadiendo simplemente “L.” al final. No hace falta decir más: “Deus creavit, Linnaeus disposui”.

Como digo, es irónico que fuera enterrado en la catedral de Uppsala, imagino que con la presencia del Arzobispo, veinte años después de que su libro fuera incluido en el siniestro Index Librorum Prohibitorum (lo cual es, en cierto sentido, honroso, dada la calidad de otros libros incluidos en el índice). En cierto sentido, es algo parecido, aunque en mucha menor escala, a lo que sucedió en el caso de Giordano Bruno, todas cuyas obras acabaron en el Index siglo y medio antes que las de Linneo –y el propio Bruno en la hoguera, al contrario que Linneo–, y sin embargo hoy día una estatua se erige en el mismo lugar en el que fue ejecutado. Ironías de la historia. Pero hablando de Giordano Bruno…



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