La utilización de energía en la sociedad es un proceso que comienza a partir de una fuente determinada. La energía juega un rol único y vital en el mundo. Sin el transporte o la transformación de la energía, no hay cabida para ninguna actividad.
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En efecto, la utilización de la energía en la sociedad es un proceso que comienza con una fuente (por ejemplo: carbón, uranio, petróleo, viento, sol, etc.) y después entran en juego varios procesos intermediarios de transformación para obtener una energía diferente (por ejemplo: electricidad, diesel, metano, etc.) y que, por último, hallan lugar en una casa, en un vehículo, en una usina o en un aparato de consumo (por ejemplo, una caldera o un motor).
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El consumidor no pretende la energía como tal sino sólo los servicios que esa energía puede prestarle. Estos servicios se miden en calor, en movimiento, en sonido, en luz, etc. Incluso si los países, las provincias y las personas con mayores ingresos tienden a consumir más energía, esto no significa necesariamente que el consumo de energía y el nivel de vida vayan de la mano. Un consumo de energía eficiente produce, en primera instancia, una serie de servicios para una determinada cantidad de recursos.
Dos principios termodinámicos rigen todos los aspectos del consumo de energía. El primero estipula que un determinado sistema siempre contiene la misma cantidad de energía. El segundo establece que cada vez que se consume una cantidad de energía, su calidad se deteriora. Para realizar un trabajo útil se consume la capacidad de la energía y no la cantidad. En consecuencia, hay que preocuparse por la cantidad y por la calidad de la energía que se consume. Una cantidad se mide en unidades conocidas como el litro (l) para el petróleo, el kilovatio hora (kWh) para la electricidad o la tonelada (t) para el carbón. Todas estas unidades se pueden convertir en una unidad estándar de la energía: el joule o julio (J).
La calidad es más difícil de medir. Para decir que una fuente de energía es de calidad superior, es suficiente con constatar que proporciona más calor o que es más densa ( es decir, que su valor energético por unidad de volumen es mayor, como la gasolina) o de empleo más flexible (como la electricidad). El valor comercial de la energía de una calidad más alta es, generalmente, también más alto. Conservar la energía no es sólo ahorrar en la cantidad, sino también en utilizar las formas de energía de alta calidad que sea necesaria. Los combustibles densos son más útiles para el transporte; la electricidad es más adecuada para la iluminación, para la electrónica y los motores. Una energía de baja calidad es conveniente para calefaccionar edificios, ya que aumenta muy poco la temperatura.
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Vía | L’Encyclopédie canadienne
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