En nuestro recorrido por las distintas concepciones acerca de la naturaleza del tiempo, a lo largo de la historia, nos remontamos en el siglo XVIII, en la antigua Prusia, donde un hombre aparentemente común, rutinario y de vida muy tranquila, transformaría nuestro modo de conocer el mundo: Immanuel Kant (1724-1804).
Habitualmente usamos la palabra conocimiento creyendo saber bien lo que significa. Decimos “yo conozco esto”, “conozco aquello”… el lema de El Cedazo es “Comparte conocimiento”… Pero ¿qué es el conocimiento? ¿Conocemos el conocimiento? ¿Todo nuestro conocimiento lo adquirimos en la experiencia, es decir, lo que nos muestran nuestros sentidos sobre el mundo? ¿O existen conocimientos apartados de toda experiencia, que nos permiten justamente la facultad de conocer?
A todo esto, surge la pregunta: ¿el tiempo, es un conocimiento que sacamos de la experiencia?, ¿o está en nosotros a priori (previo a los conocimientos que obtenemos con los sentidos)? ¿Es el tiempo mismo, la facultad de conocer? Kant fue el primero en reflexionar sobre estas cuestiones tan fundamentales, que llevan a planteamientos muy interesantes como, por ejemplo, si es lógicamente posible o no que el tiempo no exista; si hay conocimientos que no impliquen tiempo o están todos sometidos bajo éste necesariamente; entre otras cosas, que verdaderamente dan mucho que pensar. En este artículo pretendo explicar de forma lo más accesiblemente posible, de qué se trata esto.
(En las últimas entradas de esta serie, hablamos de la interesante visión del tiempo según Aristóteles, de qué pasa con este concepto desde el Cristianismo, y de las cuestiones que generan un gran enfrentamiento entre Newton y Leibniz).
Habitualmente consideramos que las cosas que percibimos son elementos fuera de nosotros y que, lo que nos dicen los sentidos -como la vista- acerca de ellos no es ni más ni menos, lo que realmente son. Por ejemplo, si mi sentido de la vista me indica que frente a mi se encuentra un monitor, puedo pensar que ese monitor hubiera estado ahí y en ese momento, independientemente de si lo hubiera intuido -a través de mi vista- o no.
Mucha gente dice “si no lo veo, no lo creo”, pero también es consciente de que existen ilusiones ópticas, espejismos, etc., así que como segundo argumento llegan a decir “si lo toco, entonces es real”. Pero ¿hasta qué punto podemos estar seguros de que conocemos algo como realmente es? El único acceso que tenemos a la realidad fuera de nosotros, es por medio de nuestros sentidos. Pero no basta con que esa información proveniente de los sentidos nos sea dada: esa información necesita ser pensada.
Ahora bien, cualquier sistema de procesamiento de datos -como un computador- necesita tener un mecanismo previo que le indique las instrucciones necesarias sobre cómo debe procesar esa información. A ese mecanismo apartado y previo a todos los datos que obtenemos por los sentidos, Kant llama conocimientos a priori. (No confundamos esto con el uso popular que se le da al término ‘a priori’) En cambio, a lo que adquirimos por la experiencia, lo llama conocimientos empíricos.
Los conocimientos empíricos, como por ejemplo “las masas no superan la velocidad de la luz”, nunca pueden ser universales, ya que existe la posibilidad lógica de demostrar lo contrario. En el caso anterior, bastaría con observar una masa superando la velocidad de la luz, para refutarlo. Es decir, que de la experiencia no podemos obtener conocimientos universalmente válidos, sino sólo decir que hasta el momento no se ha encontrado excepción a cierta regla, como bien ya explicó Awaca.
En cambio, con los conocimientos a priori sucede todo lo contrario. Como están apartados de toda experiencia ¡no existe posibilidad de que sean refutados por ésta!, por lo que gozan de estricta universabilidad y certeza necesariamente válida. Por ejemplo, la proposición “con dos líneas rectas euclídeas es imposible encerrar un espacio” o “si a una cosa le agregamos otra cosa -distinta a nada-, obtenemos algo diferente” son a priori, porque no necesitamos experiencia para comprobar su validez, y por tanto deben ser necesaria y universalmente ciertas, ya que no existe posibilidad de demostrar lo contrario con ninguna experiencia, pues están apartadas de ella.
Entonces, lo que llamamos entendimiento de algo, no es la cosa en sí ni mucho menos, sino ciertos conocimientos empíricos que obtenemos con los sentidos, estructurados o interpretados por los conocimientos a priori que sirven de base, como un Sistema Operativo es plataforma de un Software. De un modo extremadamente simplificado, vendría a ser algo así:
Las dos fuentes de conocimientos son empírica y a priori. La a priori no depende de nada externo, mientras que la empírica son las intuiciones, es decir la facultad de recibir información de los sentidos, quienes son los encargados de tomar ciertos datos de los objetos en sí. Pero estos conocimientos no bastan con que estén ahí y nada más: necesitan ser pensados. Es en el “entendimiento” donde los conocimientos empíricos son estructurados con los que son a priori. Y allí surge, por ejemplo, la idea de que estás sentado frente a una pantalla leyendo esto.
Entonces, no existe una conexión directa “realidad → conocimiento”, y no tiene sentido preguntarnos cómo son las cosas en sí, sino sólo qué es lo que podemos conocer de ellas.
Ahora que tenemos el aparato conceptual, podemos plantearnos: ¿el tiempo es un conocimiento empírico o a priori? Kant, reflexiona que el tiempo no puede ser algo que aprehendemos de la experiencia, sino que debe ser totalmente a priori. ¿Por qué? Consideremos lo siguiente.
Generalmente, pensamos que si quitáramos el tiempo -de forma mágica-, todas las cosas en movimiento se detendrían, es decir, estarían en reposo. Pero, si has leído los anteriores artículos, deberías objetar que el reposo únicamente puede existir si hay tiempo. Por ejemplo, con un intervalo de 0 segundos, no podemos saber si algo está en reposo o no. Y como demostró Galileo, el movimiento no es algo absoluto, sino relativo a quién observa. Por tanto, podemos afirmar que si quitáramos el tiempo, no habría movimiento ni tampoco reposo. Entonces ¿qué habría?
Una pregunta más adecuada sería ¿podría haber algo? Sin embargo -diría Kant-, la pregunta correcta sería ¿podríamos conocer algo? Hagamos el siguiente experimento mental: Imaginemos un espacio amplio, en donde hay objetos cualesquiera. Si queremos, podemos quitar los objetos de ese espacio. Pero ¿podemos quitar el espacio a objetos? Si elimináramos el espacio, el objeto no tendría lugar para existir, por lo que dejaría de ser. Veamos ahora qué pasa con el tiempo. Imaginemos un período de tiempo en donde ocurren fenómenos -y por ende, hay espacio-. Si bien podemos quitar los fenómenos de ese tiempo, no nos es posible eliminar el tiempo de los fenómenos, pues ¡no tendrían momento en donde existir!
Por consiguiente, todos objetos -mejor dicho, lo que podemos conocer de ellos- necesitan del tiempo para poder ser pensados. Kant dice, entonces, que el tiempo es un conocimiento fundamental a priori, que está a la base de todos los demás conocimientos -empíricos y a priori- y que es imposible abstraerlo o eliminarlo de ellos. Si no hay tiempo, no hay conocimiento. Y si dijéramos que el tiempo es algo que obtenemos de la experiencia, quiere decir -como antes mencionamos- que NO gozaría de certeza universal y que sería lógicamente posible negarlo, es decir, sería posible falsearlo con alguna experiencia.
Pero, como acabamos de ver, el tiempo no se puede eliminar ni siquiera de los conceptos a priori, y ¡mucho menos entonces, de los empíricos! De esto sacamos que el tiempo no es inherente a los objetos en sí, sino al sujeto, como la condición necesaria para intuir -y conocer- los objetos. El sujeto no tiene la menor idea y no puede saber si fuera de él existe el tiempo “realmente”, pues no tiene sentido preguntarse cómo es la realidad en sí, sino sólo qué podemos conocer de ella, según este filósofo. Él dice: “fuera del sujeto, el tiempo no es nada en sí”.
Entonces ¿el tiempo es real o no es real?
Atención con lo siguiente, que no quiero que te confundas. Se podría contraargumentar diciendo: las modificaciones que sufren nuestros conocimientos son reales, más allá de que sean reales o no los objetos en sí. Y las modificaciones, o cambios, son sólo posibles en el tiempo. Por lo tanto el tiempo es algo real. Kant considera que esto no contradice su reflexión. El tiempo es real, sí, pero la forma real de la representación de los conocimientos en el sujeto, es decir, la condición necesaria para que podamos pensar tanto los conocimientos empíricos como los a priori.
Lo que NO concede el tiempo, es realidad absoluta, en otras palabras, el tiempo no es real como una cosa en sí que subsiste independientemente del sujeto, contradiciendo así lo que había dicho Newton. Pero tampoco, el tiempo es algo ligado a los objetos mismos, y menos aún un conocimiento empírico, que ya vimos es absurdo, contradiciendo la tesis de Leibniz.
Pero hay un problema más. Hasta aquí, casi todos los pensadores estuvieron hablando de “cambio”, de “modificaciones”, etc., pero sin mencionar expresamente a qué se referían. ¿Qué es el cambio? ¿Qué es lo que cambia? Si decimos que el cambio consiste en que algo que deja de ser una cosa para ser otra, caemos en la paradoja de Parménides, pues si algo deja de ser, entonces no-es ¿y cómo es posible que sea otra cosa, si no-es? Y si lo que fue ya no es, y lo que será aún no es ¿el tiempo es un no-ser?, ¿el tiempo no existe?
Kant resuelve este problema de un modo muy ingenioso, apoyándose en algunos principios físicos de Newton. Cuando decimos que algo cambia ¿qué es lo que está cambiando? Por ejemplo, supongamos que tenemos un papel y que le prendemos fuego. Se podría llegar a pensar, que lo que está cambiando es el papel: “deja de ser un papel, para convertirse en cenizas y humo”. Pero viéndolo más de cerca, podemos decir, que las moléculas que forman el papel, no están dejando de ser, no están dejando de existir, sino que están cambiando en el modo en que existen. Es decir, la substancia material que forma papel no está dejando de existir, sino que está trasformando el modo en que continúa existiendo.
Cuando algo cambia, no hay ninguna cosa física que esté dejando de existir. Lo único que está dejando de ser, es el modo en que la substancia que forma algo, sigue existiendo. Porque al fin y al cabo, cuando se produce un cambio, como por ej., una reacción química, no hay ninguna partícula que esté dejando de ser, sino que cambian de posición entre sí, y la substancia (es decir la materia; no ‘sustancia’ en el sentido químico) que las forma permanece inalterada.
Empero, algún lector avezado estará pensando “¡Ah!, pero en la desintegración de partículas, la substancia sí se está transformando, la masa se puede convertir en energía”, para lo que Kant contestaría “Recuerda la Ley de Conservación de Masa-energía, aquellas nunca pueden dejar de ser, sino sólo transformar el modo en que continúan existiendo: masa y energía no se crean ni destruyen, sólo transforman”.
En realidad, Kant menciona a la Ley de Conservación de Masa, de Lavoisier -¡no de Einstein!- pero la idea es la misma. De esta forma, derriba una de las paradojas más profundas. Cuando algo cambia, NO deja de ser lo que es: sigue siendo lo que era, sólo que ahora su substancia continúa existiendo de un modo diferente. Por tanto el tiempo no está compuesto de no-ser, sino de algo que siempre es: la substancia material. No tiene sentido decir que el tiempo es un pase del ser al no-ser, pues lo ‘cambios’ no son más que simples determinaciones de algo que siempre es, que es la substancia.
Pero ¿esto quiere decir que la substancia existió desde siempre y para siempre? Si tu concepción es que el Universo es eterno, quiere decir que la substancia que hoy forma tu cuerpo estuvo vagando por el Universo durante toda la eternidad. Y si crees que el Universo comenzó en un Big Bang, la conclusión no deja de ser estremecedora: la materia que forma tu piel, tu cabello, tu intestino, etc., tiene 13700 millones de años de edad.
Y otra conclusión interesante que podemos extraer es que ¡estamos compuestos de algo, para lo cual no existe el tiempo!: la substancia. Si no existiera esa Ley de Conservación ¿podría existir el cambio, y por tanto el tiempo? Dejo esta pregunta para pensar.
Admito que estuve a punto de no escribir esta entrada, porque creí que no lograría hacerla en un lenguaje accesible para cualquiera, teniendo en cuenta los complejísimos y abstractos conceptos que entran en juego en la filosofía de Kant. Si quieres ver a qué me refiero, echale un ojo a su obra “Crítica de la Razón Pura”, la materia prima de este artículo. Sí, por eso el título de la entrada es “La Crítica de Kant”.
Un agradecimiento especial a todos los que me dieron ánimo en este aspecto, ¡gracias amigos! En la próxima entrada, nos sumergiremos de lleno en las implicaciones de otros principios físicos, en el tema del tiempo. ¿Por qué el tiempo tiene sólo una dirección?
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